Historia

Era un 3 de abril. La mañana era fría, y las hojas de los árboles caían sin sesar. No quedaba nadie en la habitación, solamente ella y él. Ella lo buscaba y él solamente quería decir adiós.

Capítulo I
Sonríe

Abril era su nombre. Sus rasgos femeninos cubrían su rostro como muñeca de porcelana. Sus ojos eran color miel, y su sonrisa iluminaba cualquier tipo de situación ya que nunca faltaba. Criada en una de las mejores familias pero sometida a los mandatos de la misma. Era hija única, la joya familiar, los ojos de su madre y los valores de su padre, y la esperanza de ambos.
Era un día cálido de diciembre, el sol iluminaba la ventana de la habitación de Abril, la cual estaba pintada con un sutil rosa pastel y revestida con un papel tapiz que tenía pequeñas estrellas. En la pared había un par de cuadros distribuidos proporcionalmente a lo largo, todos bien renacentistas, plagados de alusiones que Abril no podía entender pero que adornaban estéticamente el ambiente. La ventana daba a la calle, y era el lugar más iluminado de la pieza donde generalmente ella miraba a los niños como se divertían mientras tomaba una taza de té todas las tardes y leía alguna de las obras de Lewin, su autor favorito.
La luz de la mañana ya había absorbido toda la obscuridad en la habitación mientras que en la rama del sauce, que justamente estaba muy cerca de su ventana, se posaba una pequeña ave. Su canto estrepitoso pero bello a la vez la despertó. Mira el reloj, el cual marcaba las 10:14 am, mientras entra su madre a la habitación aparentemente sobresaltada.
- Vas a llegar tarde, sabes que odia la impuntualidad.
- No creo que se enfade si llego 15 minutos tarde. ¿O sí? Dijo ella, mientras rascaba sus ojos.
- ¡Já! Por favor, no es momento de bromas. ¡Te veo abajo en 3 minutos! ¡Alístate, ya! Y cerró la puerta instantáneamente.
Como todas las mañanas, Abril debía visitar a los Thompsons. Un gran linaje conocido en todo el pueblo, rico social y económicamente. John Thompson fue el fundador de Gallarville, y sus hijos siempre habían pasado por grandes cargos políticos.
Desde su nacimiento, Abril, había sido designada para el cuarto hijo de Albert Thompson, casamiento que se llevaría acabo cuando ella cumpla los dieciocho años de edad, pero mientras tanto, todas las mañanas tomarían el té con su familia, con la finalidad de conocerse e intercambiar opiniones, nada más y nada menos que un formalismo social más que Abril debía soportar.
Jayle y Albert Guylend, padres de la niña estaban pasando por una crisis económica casi irreversible, mientras que además, Albert, padre de Abril, sufría de leucemia y en cualquier instante podría morir, y de esta forma dejar a su familia en la pobreza.
No siempre fue así, antes de su nacimiento, los Guylend gozaban de inmensas riquezas ya que eran los principales productores de cereales de la región. Sin embargo, las sequias y las plagas azotaron Gallarville. No llovió por años, las nubes que aparecían solamente cubrían el sol pero no descargaban una gota de agua.
Esta situación dejó en quiebra a la empresa cerealera de los Guylend, y por lo tanto así a toda la familia, la cual actualmente vive de lo poco que pueden producir con la esperanza de que su hija pueda revertir la situación.

Abril estaba lista en la sala esperando a sus padres. El reloj ahora marcaba las 10:29 am, considerando que estaban un poco retrasados. La sala estaba desordenada, había tasas de café a medio terminar y mucho pan tostado en el suelo. Nadie estaba viendo la televisión, sin embargo estaba encendida, obviamente con el canal local, el cual estaba emitiendo el fragmento del clima. “Soleado el resto de la semana, 0,1% de probabilidades de precipitación. Tranquilos ciudadanos, aún no es momento de usar el abrigo”. En la mesita, el periódico estaba alborotado. Abril solo tomó la sección de espectáculos, para ver si en el teatro había alguna novedad, ya que amaba saber que novedades culturales había en el pueblo aunque jamás hubiera ido a uno se contentaba solamente sabiéndolo. Al parecer el club de teatro “Pretty Hopes” estaba preparando una nueva puesta en escena y estaba buscando actores para la obra, la cual era una adaptación de un cuento fantasmal, pero ahora con agregados de tipo romántico. La noticia, muy pequeña como para llamar la atención, lo que hacía muy poco probable que tuviera éxito el pedido, decía:
No necesitamos talento, necesitamos ganas de expresar un deseo. Si tienes ganas de contarnos algo, solo ven aquí y participa para adquirir un papel en la obra. Repetimos, no es necesaria experiencia. Para más información, nos pueden encontrar en el viejo teatro en el centro del pueblo entre las 15 y las 18 hs.
Albert, estaba esperándolas en el coche, mientras Jayle terminaba de alistarse.
- ¡Es hora! ¡Apúrense, no podemos darnos el lujo de llegar tarde! Gritaba impaciente desde el automóvil.
En ese momento aparece Jayle prácticamente corriendo - ¡Vamos! ya, ya ya. Mientras ponía desesperadamente las llaves en la puerta.
Abril resignada, solamente se subía al auto, esperando que el día terminara y pegaba la cara en la ventana trasera mirando su hogar, como si nunca más volviera a verlo.
- ¡Miren las nubes! Quizás llueva esta vez, mi instinto no me falla, estoy seguro. Decía Albert, aunque su instinto parece estar fallando hace 17 años consecutivos, sin embargo la esperanza nunca la pierde.
Una nube de polvo cubría la visión, ya que las calles de tierra se desgranaban al paso del auto de los Guylend mientras se dirijan a la mansión de los Thompson en las afueras de la ciudad.
El sol era tan poderoso que corría la pintura en el auto rojo y viejo, casi desecho pero considerablemente bien preservado. El camino no estaba nada transitado y su única compañía era la radio y la canción de los Bee Gees la cuál era un furor en toda la región
Abril asomó su cara en la ventanilla, y pudo observar como los campos sufrían la sequía que corrompía sus tierras. Aquellas tierras verdes, plagadas de animales ya no existían y eran parte de un mito en la memoria de aquellos que sabían recordar.
- ¿Cuanto falta? - Pregunta Abril resoplando, sin ánimos de escuchar la respuesta
- ¿Todas las mañanas vas a preguntar lo mismo mocosa? - Replica su padre al instante - ¡Quiero verte sonreír! ¡Vamos! -
En ese instante ella devuelve la mirada con una sonrisa, y luego da vuelta la cara nuevamente para ver la realidad, y no lo que su familia pretendía aparentar.
De pronto, el auto comienza a temblar, y un extraño olor inunda el ambiente. Un conjunto de ruidos rompen con el típico ruido del motor del antiguo Ford, mientras que lentamente comenzaba a bajar la velocidad.
- ¿Qué está pasando? Pregunta Jayle, preocupada obviamente, mientras constantemente miraba el reloj con ánimos de detener el tiempo.
- Creo que es el motor. Responde Albert al mover las llaves de lado a lado sin una respuesta aparente.
Éste se baja del auto, para revisar lo que sucede, y así también Abril y su madre. El calor era agobiante y estaban en medio de la nada, no había civilización ni cerca ni lejos. Solamente campos y campos, y algún que otro árbol en la proximidad.
- Iremos a la sombra por un momento, ¿necesitas ayuda? Pregunta Jayle
-No, en un momento lo arreglo, pero no se alejen, estamos muy retrasados.
Mientras Albert se quedaba en el abrigo del sol intentando poner en marcha nuevamente el "carcacho" como él le decía, las mujeres buscaban desesperadamente una sombra donde esperar para partir. Un pequeño pino en la cercanía que aún no estaba del todo seco y proporcionaba un poco de sombra podría ayudar. Se sientan por un momento, ahora contemplando la bondad del silencio, el cual se cortaba repentinamente cuando Albert intentaba encender el auto.
- ¿Qué te sucede? Pregunta su madre.
La cara de Abril no demostraba alegría, al contrario, estaba apagada, como en un trance, un aparente sueño. Su mirada se perdía como aquellas aves que volaban a lo lejos y que jamás volvían.
- No es nada, solamente estoy un poco cansada. Responde Abril, mientras agarraba una pequeña margarita, la única flor entre el pastizal y cortaba sus pétalos, mientras quizás algún vago deseo recorría su imaginación que ánimos de salir, pero con miedo a enfrentar la realidad, lo físico, lo que realmente es.
Abril, una chica con sueños, una niña que siempre vivió de la esperanza de algún día poder ser algo por el hecho de serlo, y no por ser una mera construcción, una imagen o una adaptación a lo que siempre se la sometía. Rendida ante la soledad, pasa los días encerrada en su habitación aparentemente sola, ya que lo único que guarda en ella son pequeños pero enormes deseos de poder ser libre. Sus padres poseían una imperiosa necesidad de poder mantener una imagen que acabó con lo que es, en cierta forma, una familia. Su madre, por un lado, intentando mantener un estatus social aceptable, de peluquería en peluquería desmintiendo la crisis que su familia pasaba, y justificando su caída repentina de cabello o el por qué de su falta de tintura a un nuevo estilo de moda que solamente gente de la alta sociedad podía utilizar.
Su padre por otro lado, amante del trabajo intenta reivindicar la situación del negocio familiar. Se pasa todo el día estudiando los fenómenos meteorológicos, y organizando un cronograma de cultivo o "Fruflg" como lo llamó el, el cual se basa en una serie de logaritmos que incluyen medidas tales como la presión, la humedad, y la temperatura en función de las etapas de la luna, y diferentes astros. Lo cierto es que, desde el comienzo de la sequia, hace 17 años atrás, su padre perdió la cordura, y algo más importante que eso, perdió todo tipo de interés, y por lo tanto así nunca recordaba lo que en realidad era además de un trabajador, un padre.
De pronto, un sonido estrepitoso rompe con la calma del campo. Un boom a lo lejos, y el grito de su padre indican que el auto estaba listo nuevamente para partir. Ellas se levantan, y antes de dar un solo paso Jayle se vuelve y mira fijamente a Abril para decirle. - No es muy complicado lo que tienes que hacer, sólo sonríe.



Capítulo II

Té con Limón


Los minutos pasaban, y el auto seguía en marcha. El camino se tornaba mas verde, un conjunto de arboles se asomaban a lo lejos, señal de que se acercaban a destino.
Abril estaba vestida con una falda floreado color celeste, y un abrigo de lana tejido por su abuela, peinada con una sutil cola de caballo y los labios apenas pintados. Bien perfumada con esencia de rosas y con un bello collar traído del mismo París por sus abuelos.
En lo que quedaba de camino no se podía escuchar ningún tipo de sonido dentro del auto, sus padres iban callados, quizás hasta nerviosos. Ella, por otro lado resignada, continuaba mirando el camino moverse como si el auto estuviera quieto esperando que la parte de atrás del automóvil se desprendiera y que sus padres siguieran y la olvidaran.
- ¿Falta mucho para llegar? ¡Hoy estamos absolutamente atrasados! Expresó Jayle muy nerviosa.
- Ya pasamos el pozo ciego, estamos cerca.
- ¿Cuánto es tan cerca? Insistía ella
- ¡Por favor! ¡6 minutos! Te agrada esa precisión o también querés minutos y segundos. Dijo exaltado su esposo.
Abril metió la mano en su bolsillo y sacó parte de la flor que había cortado cuando el auto se había roto. Empezó a cortar los pocos pétalos que quedaban, esperando que sus padres terminaran de discutir. Generalmente cuando estaba en su casa y pasaban esa clase de situaciones, ella se dirigía a la ventana y comenzaba a imaginar una vida totalmente paralela, la vida que ella realmente hubiera querido. Le gustaba mirar las hojas del árbol que se posaba frente a su ventana, degustar cada pequeña hoja como un pedazo o fragmente de un sueño, sentirse identificada con esas hojas, con esos sueños. Cada vez que una hoja caía, cada vez que el otoño azotaba al árbol, un conjunto de hojas caían como en ella pequeños sueños se desmoronaban.
- ¡No es momento para respuestas tan estúpidas! - Replicó ella
- ¡Si no fueras tan estúpida no tendría que dar respuestas como esas! - Le gritó el mientras pegaba volantasos violentos y el auto se iba de lado a lado.
- ¿Perdón? ¿Es mi culpa que estemos en esta situación? - Le preguntó ella sarcásticamente mientras da vuelta la cara.
- ¿Es mía acaso? Respondió él sorprendido.
- ¡Mejor seguí manejando y no me hables! le respondió ella furiosa
- ¡Cuidado! Gritó Abril repentinamente provocando que el auto frenara rápidamente. En efecto, habían llegado.
- ¿Te das cuenta? ¡Siempre dando la nota! - Le dijo Jayle a su esposo aún enojada, mientras se bajaba del auto.
- ¿Podés callarte de una vez? Le respondió el totalmente irritado. Le dio un portazo al auto y pegó media vuelta.
- ¿Pueden parar los dos? Interrumpió Abril inesperadamente.
- Mocosa ¿Cómo te atrevés a hablarnos así? - Replicó su padre.
Su madre no dijo nada, solamente la miraba furiosa, como si estuviera buscando las palabras más hirientes y no las encontrara.
- ¡Yo te voy a enseñar! - Dijo él. Se acercó a Abril, y levantó su brazo, pero antes de poder golpearla se escuchó a lo lejos un grito que la salvó.
Una mujer bajaba corriendo la pequeña colina donde estaba la mansión de los Thompson. Era Anita, la empleada domestica.
- ¡Vamos vamos! ¡Llegaron muy tarde! Dijo Anita muy agitada, casi sin aire.
- Tuvimos algunos... inconvenientes técnicos. Dijo Jayle mientras miraba a su marido con una mirada penetrante.
-Si... el auto...el motor... Agregó el padre de Abril
- No importa, ya es tarde. Interrumpió Anita seriamente.
Emprendieron rumbo entonces a la mansión, los padres se adelantaron mientras que Abril iba a paso lento. Anita iba a la par de ella. Ambas se llevaban muy bien. Desde que Abril comenzó a frecuentar la mansión, Anita fue con la persona que más hablaba.
- Estás muy linda hoy. Va... como de costumbre. Le dijo Anita mientras caminaban.
- Sabés que eso es mentira, lo decís para hacerme sonreír. Dijo Abril.
Sus padres ya estaban impacientes en la entrada de la mansión, esperando a que Anita abriera la gran puerta de madera.
- ¿Por favor, podría apurarse? Le dijo Jayle a Anita impaciente.
Anita, solo la miró mientras seguía avanzando a paso moderado y de la mano de Abril, ya que no podía caminar muy bien y correr cuesta abajo la había cansado mucho.
Anita abrió la puerta y los dejó pasar. La gran sala de estar los recibió. Vistosa, y lujosa como ninguna casa del pueblo. Llena de espléndidos cuadros renacentistas bien y estratégicamente ubicados a lo largo del ambiente. En el centro de la sala, un bello candelabro que dejaba caer pequeños diamantes en las puntas, el cual siempre era fijamente observado todas las mañanas por Jayle, quién parecía robárselo con la mirada. La iluminación era perfecta, había gran cantidad de ventanas, las cuales estaban cubiertas con cortinas de seda color blanco que dejaban pasar la exacta medida de luz a la casa.
El piso de madera, brillante, sin una mancha ni pequeño gramo de polvo, haciendo con la pequeña mesita de caoba que se agrupaba con los sillones color turquesa.
-Esperen aquí mientras los anuncio. Dijo Anita mientras se dirigía a otra puerta que separaba la sala del resto de la mansión.
- ¿No nos pensás ofrecer nada? Le dijo Albert. La cara de vergüenza de Abril cuando escuchó eso no podía ocultarse y solamente se dió vuelta.
Anita, sin embargo surgió como si no hubiera escuchado nada, haciendo un resoplido al abandonar la habitación.
- ¡Que lujos, que lujos! Dijo Albet mientras se sentaba en uno de los sillones de la sala.
- Papá, yo creo que no te deberías sentar sin permiso. Le dijo Abril
- ¡Ja! ¿Ahora la niña me viene a dar clases de moral? Soy un Guylend y los Guylend nos sentamos donde se nos da la gana.
En ese momento, entró Anita a la sala nuevamente, y el padre de Abril pegó un salto como si hubiera visto a la mismísima muerte. Abril soltó una pequeña y sutil carcajada y se ganó una mirada fulminante de su padre.
- El señor los recibirá en 5 minutos. Si me acompañan al comedor por favor. Les dijo Anita, quién empezó a caminar para indicarles el camino.
Al pasar por la puerta, descubrieron un largo pasillo el cual estaba creativamente adornado con pequeñas estatuillas de porcelana, y algunas pinturas de tipo retratos. Siguieron caminando hasta otra puerta que los llevaría al comedor.
Al entrar, encontraron la mesa organizada y puesta para desayunar. 4 tazas perfectamente distribuidas con sus respectivas cucharas. En el centro unas masas finas que provocaban hambre a quién no tuviera.
Los tres se sentaron juntos, dejando una silla libre en la punta de la mesa, la cual obviamente sería para el señor Thompson.
Habían pasado cuatro minutos desde que se habían sentado en la mesa. Abril mientras jugaba con la cuchara y los terrones de azúcar para matar el tiempo, apilándolos uno sobre otros y el que se caía lo ponía en su boca hasta que se derritiera.
De pronto, la puerta del otro lado se abrió lentamente. Se sentía la perilla de la misma moverse, y toda la familia Guylend se quedó inmóvil esperando a James Tomphson.
De pronto una figura se asomaba al comedor. Era un hombre robusto, bien alimentado y bien vestido por cierto. Llevaba un smoking color azul, y una camisa blanca como la nieve. Usaba unos anteojos muy distinguidos color café que hacían que sus ojos se vieran el doble de grandes y se peinaba de manera muy extraña, con un jopo pronunciado que se mantenía en pie de manera insólita. Abril no podía no sonreír cada vez que veía tan distinguida cabellera. Sus zapatos tenían un taco sutilmente importante que hacían que el suelo crujiera a cada paso que daba. En el cuello tenía una cicatriz que se escondía con el cuello de su camisa, aunque gran parte aún era visible.
- Por favor Anita, el té. Dijo él con su voz totalmente impostada. Era grave y profunda, a tal extremo que era capaz de ponerle la piel de gallina a quien lo escuchara.
Anita entró corriendo con las tazas de té en una bandeja de plata. Los acomodó uno por uno en el lugar correspondiente, dejando el de Abril para el último lugar como todas las mañanas. Resulta ser que el sabor del té de hiervas era muy desagradable para Abril, y como sus padres no dejaban que la niña hablara, Anita, sin que nadie se diera cuenta, cambiaba su té por uno de limón y dejaba en su taza, además, un terrón de azúcar cortado en forma de corazón.
- ¿Se le ofrece algo más señor? Dijo Anita con la cabeza baja.
- No, no, puede retirarse muchas gracias. Dijo James muy educadamente.
El silencio llenó el comedor. Era un ambiente incomodo que se cortó cuando el señor Tomphson preguntó
- Hoy nos retrasamos un poco por lo visto ¿Qué pasó?. Dijo el con tono chistoso, aunque su cara no parecía querer decir lo mismo.
Los padres de Abril empezaron a basilar y a mirarse entre ellos.
-Emm. Sss... Ssi, tuvimos inconvenientes técnicos con el auto a medio camino. Dijo Albert, como cual tartamudo dando un examen frente a toda la clase.
- Entiendo, quizás hubiera sido mejor revisar el auto ayer. Una sugerencia para la próxima vez. Dijo John, mientras agarraba dos terrones de azúcar y los dejaba caer en su taza.
-¡Pero por favor! Agarren azúcar, aún es gratis Ja ja ja. Dijo el, mientras sus padres simulaban reírse para ocultar lo incómodos que estaban ante tales planteos.
- Bueno, ¿Pero por qué tanto silencio? Es que acaso murió alguien y no me enteré. Insistió el señor Tomphson.
- Ja ja, para nada John, solamente estamos un poco cansados. Dijo Jayle en ánimos de distender la tensión.
- Me imagino, tanto trabajo debe agotar. Dijo el señor Tomphson con una sonrisa burlona ante tal justificación.
La sonrisa de Jayle se había borrado de la cara instantáneamente, y solamente tuvo un acto reflejo de golpear a su esposo muy fuerte por debajo de la mesa.
- ¿Y tus cosas cómo están John? Dijo Albert repentinamente.
- Mejor que tú seguramente. Y largó otra carcajada.
Ante todo esto, Abril miraba el movimiento del té en su taza, haciendo oídos sordos ante esas burdas conversaciones.
Fue entonces cuando decidió levantar la mirada para ver que estaba pasando y vio que el señor Thompson la observaba detenida y fijamente, lo que causó que inmediatamente volviera la vista al té, el cual ahora se movía rápidamente, ya que la pierna de abril golpeaba la mesa con un suave temblequeo.
- ¿Y qué tal la niña? Interrumpe nuevamente John.
Jayle que estaba tomando un sorbo del té, hace una pequeña tos y fija la mirada en su esposa, como buscando las pablaras juntas.
- ¿A qué te referís exactamente? Preguntó Albert.
- Ya comienzan las clases, ¿cómo se prepara? Le preguntó el mientras dejaba la taza nuevamente en la mesa.
- ¡Ah! Bueno, ya está tomando clases previas para ir bien preparada como debe ser. 
- ¿Cuál fue el promedio del año pasado?  Honestamente lo olvidé. Le dijo el señor Thompson mientras jugaba con un terrón de azúcar.
- 9,3. Interrumpió Jayle, con mucha altanería.
- ¡Perfecto! Pero... ¿Siempre podemos mejorar? Dijo John, y miró a Abril con una sonrisa muy perturbadora.
La niña le daba pequeños sorbos al té cada tanto. Encerrada en su mundo, aunque hablaran de ella, lo omitía y seguía dormida en los bastos planos de su imaginación.
- ¿Cómo haremos cuando comiencen las clases? Interrumpió Albert.
- Bueno... Haremos visitas los días no hábiles, hasta que llegue el cumpleaños número 18... ¿Que sería en...?
- 3 meses. Nuevamente interrumpió Jayle mientras bebía su té.
- Bueno perfecto. Esperemos que todo siga bien hasta entonces. ¿No? Y cuando dijo esto rompió el terrón de azúcar con sus dedos.
Los padres de Abril se miraban y no decían nada, aunque sabían que tenían que responder no lo hacían. Fue entonces cuando John volvió a interrumpir. - Debo asumir que no hay ningún problema. ¿No?
-¡No, no! Para nada. Dijeron los padres de Abril a coro. Mientras Jayle seguía golpeando a Albert por debajo de la mesa.
Y cuando pensaron que la conversación había terminado, Jayle vuelve a cortar el silencio con otra pregunta.
- ¿Cuando conoceremos al muchacho? Dijo ella con una voz suave, casi con miedo.
- Cuando sea el momento, lo conocerán. Que seguramente no será hasta dentro de tres meses. Joaquín, está muy emocionado con el asunto y se está encargando de todos los preparativos para la ocasión. No tienen nada de qué preocuparse.
- Pero... Insiste Jayle.
- Creo haber dejado claro en muchas ocasiones como sería esto. Estamos hablando de su hija con mi hijo. Un Guylend con un Tomphson, creo que las pretensiones las debería tener yo. Y es más, no entiendo como mi generosidad alcanzó tantos puntos al rebajarnos con una familia de tal porte. En mi opinión, supongo que deberían estar más que agradecidos ante tal... "Golpe de suerte" y por lo tanto callarse y respetar lo que yo digo. Dijo John seriamente, pero nunca borrando esa sonrisa casi burlona de su cara.
Los padres de Abril solamente se callaron, mientras la niña terminaba su té.
- ¿Puedo levantarme? Rompió el silencio la niña, cosa que rara vez sucedía.
- Por favor Abril, sent...
- No, no, dejala. Nosotros tenemos temas más importantes de qué hablar.
Abril se levantó y se dirigió a la cocina en busca de Anita, dejando atrás todo ese formalismo estúpido de cada mañana.
Anita estaba limpiando el piso de la cocina, cuando Abril entró.
- Estaba muy rico el té, muchas gracias. Le dijo ella
- De nada mi niña. ¿Cómo te fue hoy? Le preguntó Anita
- Bien, aunque no escuché nada de lo que decían. Le dijo Abril
- Ja ja. ¿Qué voy a hacer con vos niña caprichosa? Le decía Anita mientras sonreía y seguía con la escoba de lado a lado limpiando el suelo y nuevamente le pregunta - Y ya terminan tus vacaciones. ¿Qué pensás hacer para despedirlas?
- ¿Qué puedo hacer? Esperar felizmente el matrimonio. Como debe ser.  Le dijo ella burlándose.
- ¡Qué graciosa! Le dijo Anita mientras la golpeaba con la escoba y agregó - Deberías salir, con chicos de tu edad. Yo a tu edad...
Y de pronto Abril la interrumpe. - Si pudiera lo haría, pero mis padres no me dejan prácticamente salir de casa.
- Algún día de estos voy a pasar a visitarte y tomamos el té, si querés, obviamente. Le dijo Anita con una sonrisa mientras le acariciaba el rostro.
- Mmm... Tendría que revisar mi agenda, pero quizás encuentre un lugar para vos. Le dijo Abril, pero de lo lejos una voz interrumpió tal entretenida charla...
- Abril, ya es hora de irnos.