Los minutos pasaban, y el auto seguía en marcha. El camino se tornaba mas verde, un conjunto de arboles se asomaban a lo lejos, señal de que se acercaban a destino.
Abril estaba vestida con una falda floreado color celeste, y un abrigo de lana tejido por su abuela, peinada con una sutil cola de caballo y los labios apenas pintados. Bien perfumada con esencia de rosas y con un bello collar traído del mismo París por sus abuelos.
En lo que quedaba de camino no se podía escuchar ningún tipo de sonido dentro del auto, sus padres iban callados, quizás hasta nerviosos. Ella, por otro lado resignada, continuaba mirando el camino moverse como si el auto estuviera quieto esperando que la parte de atrás del automóvil se desprendiera y que sus padres siguieran y la olvidaran.
- ¿Falta mucho para llegar? ¡Hoy estamos absolutamente atrasados! Expresó Jayle muy nerviosa.
- Ya pasamos el pozo ciego, estamos cerca.
- ¿Cuánto es tan cerca? Insistía ella
- ¡Por favor! ¡6 minutos! Te agrada esa precisión o también querés minutos y segundos. Dijo exaltado su esposo.
Abril metió la mano en su bolsillo y sacó parte de la flor que había cortado cuando el auto se había roto. Empezó a cortar los pocos pétalos que quedaban, esperando que sus padres terminaran de discutir. Generalmente cuando estaba en su casa y pasaban esa clase de situaciones, ella se dirigía a la ventana y comenzaba a imaginar una vida totalmente paralela, la vida que ella realmente hubiera querido. Le gustaba mirar las hojas del árbol que se posaba frente a su ventana, degustar cada pequeña hoja como un pedazo o fragmente de un sueño, sentirse identificada con esas hojas, con esos sueños. Cada vez que una hoja caía, cada vez que el otoño azotaba al árbol, un conjunto de hojas caían como en ella pequeños sueños se desmoronaban.
- ¡No es momento para respuestas tan estúpidas! - Replicó ella
- ¡Si no fueras tan estúpida no tendría que dar respuestas como esas! - Le gritó el mientras pegaba volantasos violentos y el auto se iba de lado a lado.
- ¿Perdón? ¿Es mi culpa que estemos en esta situación? - Le preguntó ella sarcásticamente mientras da vuelta la cara.
- ¿Es mía acaso? Respondió él sorprendido.
- ¡Mejor seguí manejando y no me hables! le respondió ella furiosa
- ¡Cuidado! Gritó Abril repentinamente provocando que el auto frenara rápidamente. En efecto, habían llegado.
- ¿Te das cuenta? ¡Siempre dando la nota! - Le dijo Jayle a su esposo aún enojada, mientras se bajaba del auto.
- ¿Podés callarte de una vez? Le respondió el totalmente irritado. Le dio un portazo al auto y pegó media vuelta.
- ¿Pueden parar los dos? Interrumpió Abril inesperadamente.
- Mocosa ¿Cómo te atrevés a hablarnos así? - Replicó su padre.
Su madre no dijo nada, solamente la miraba furiosa, como si estuviera buscando las palabras más hirientes y no las encontrara.
- ¡Yo te voy a enseñar! - Dijo él. Se acercó a Abril, y levantó su brazo, pero antes de poder golpearla se escuchó a lo lejos un grito que la salvó.
Una mujer bajaba corriendo la pequeña colina donde estaba la mansión de los Thompson. Era Anita, la empleada domestica.
- ¡Vamos vamos! ¡Llegaron muy tarde! Dijo Anita muy agitada, casi sin aire.
- Tuvimos algunos... inconvenientes técnicos. Dijo Jayle mientras miraba a su marido con una mirada penetrante.
-Si... el auto...el motor... Agregó el padre de Abril
- No importa, ya es tarde. Interrumpió Anita seriamente.
Emprendieron rumbo entonces a la mansión, los padres se adelantaron mientras que Abril iba a paso lento. Anita iba a la par de ella. Ambas se llevaban muy bien. Desde que Abril comenzó a frecuentar la mansión, Anita fue con la persona que más hablaba.
- Estás muy linda hoy. Va... como de costumbre. Le dijo Anita mientras caminaban.
- Sabés que eso es mentira, lo decís para hacerme sonreír. Dijo Abril.
Sus padres ya estaban impacientes en la entrada de la mansión, esperando a que Anita abriera la gran puerta de madera.
- ¿Por favor, podría apurarse? Le dijo Jayle a Anita impaciente.
Anita, solo la miró mientras seguía avanzando a paso moderado y de la mano de Abril, ya que no podía caminar muy bien y correr cuesta abajo la había cansado mucho.
Anita abrió la puerta y los dejó pasar. La gran sala de estar los recibió. Vistosa, y lujosa como ninguna casa del pueblo. Llena de espléndidos cuadros renacentistas bien y estratégicamente ubicados a lo largo del ambiente. En el centro de la sala, un bello candelabro que dejaba caer pequeños diamantes en las puntas, el cual siempre era fijamente observado todas las mañanas por Jayle, quién parecía robárselo con la mirada. La iluminación era perfecta, había gran cantidad de ventanas, las cuales estaban cubiertas con cortinas de seda color blanco que dejaban pasar la exacta medida de luz a la casa.
El piso de madera, brillante, sin una mancha ni pequeño gramo de polvo, haciendo con la pequeña mesita de caoba que se agrupaba con los sillones color turquesa.
-Esperen aquí mientras los anuncio. Dijo Anita mientras se dirigía a otra puerta que separaba la sala del resto de la mansión.
- ¿No nos pensás ofrecer nada? Le dijo Albert. La cara de vergüenza de Abril cuando escuchó eso no podía ocultarse y solamente se dió vuelta.
Anita, sin embargo surgió como si no hubiera escuchado nada, haciendo un resoplido al abandonar la habitación.
- ¡Que lujos, que lujos! Dijo Albet mientras se sentaba en uno de los sillones de la sala.
- Papá, yo creo que no te deberías sentar sin permiso. Le dijo Abril
- ¡Ja! ¿Ahora la niña me viene a dar clases de moral? Soy un Guylend y los Guylend nos sentamos donde se nos da la gana.
En ese momento, entró Anita a la sala nuevamente, y el padre de Abril pegó un salto como si hubiera visto a la mismísima muerte. Abril soltó una pequeña y sutil carcajada y se ganó una mirada fulminante de su padre.
- El señor los recibirá en 5 minutos. Si me acompañan al comedor por favor. Les dijo Anita, quién empezó a caminar para indicarles el camino.
Al pasar por la puerta, descubrieron un largo pasillo el cual estaba creativamente adornado con pequeñas estatuillas de porcelana, y algunas pinturas de tipo retratos. Siguieron caminando hasta otra puerta que los llevaría al comedor.
Al entrar, encontraron la mesa organizada y puesta para desayunar. 4 tazas perfectamente distribuidas con sus respectivas cucharas. En el centro unas masas finas que provocaban hambre a quién no tuviera.
Los tres se sentaron juntos, dejando una silla libre en la punta de la mesa, la cual obviamente sería para el señor Thompson.
Habían pasado cuatro minutos desde que se habían sentado en la mesa. Abril mientras jugaba con la cuchara y los terrones de azúcar para matar el tiempo, apilándolos uno sobre otros y el que se caía lo ponía en su boca hasta que se derritiera.
De pronto, la puerta del otro lado se abrió lentamente. Se sentía la perilla de la misma moverse, y toda la familia Guylend se quedó inmóvil esperando a James Tomphson.
De pronto una figura se asomaba al comedor. Era un hombre robusto, bien alimentado y bien vestido por cierto. Llevaba un smoking color azul, y una camisa blanca como la nieve. Usaba unos anteojos muy distinguidos color café que hacían que sus ojos se vieran el doble de grandes y se peinaba de manera muy extraña, con un jopo pronunciado que se mantenía en pie de manera insólita. Abril no podía no sonreír cada vez que veía tan distinguida cabellera. Sus zapatos tenían un taco sutilmente importante que hacían que el suelo crujiera a cada paso que daba. En el cuello tenía una cicatriz que se escondía con el cuello de su camisa, aunque gran parte aún era visible.
- Por favor Anita, el té. Dijo él con su voz totalmente impostada. Era grave y profunda, a tal extremo que era capaz de ponerle la piel de gallina a quien lo escuchara.
Anita entró corriendo con las tazas de té en una bandeja de plata. Los acomodó uno por uno en el lugar correspondiente, dejando el de Abril para el último lugar como todas las mañanas. Resulta ser que el sabor del té de hiervas era muy desagradable para Abril, y como sus padres no dejaban que la niña hablara, Anita, sin que nadie se diera cuenta, cambiaba su té por uno de limón y dejaba en su taza, además, un terrón de azúcar cortado en forma de corazón.
- ¿Se le ofrece algo más señor? Dijo Anita con la cabeza baja.
- No, no, puede retirarse muchas gracias. Dijo James muy educadamente.
El silencio llenó el comedor. Era un ambiente incomodo que se cortó cuando el señor Tomphson preguntó
- Hoy nos retrasamos un poco por lo visto ¿Qué pasó?. Dijo el con tono chistoso, aunque su cara no parecía querer decir lo mismo.
Los padres de Abril empezaron a basilar y a mirarse entre ellos.
-Emm. Sss... Ssi, tuvimos inconvenientes técnicos con el auto a medio camino. Dijo Albert, como cual tartamudo dando un examen frente a toda la clase.
- Entiendo, quizás hubiera sido mejor revisar el auto ayer. Una sugerencia para la próxima vez. Dijo John, mientras agarraba dos terrones de azúcar y los dejaba caer en su taza.
-¡Pero por favor! Agarren azúcar, aún es gratis Ja ja ja. Dijo el, mientras sus padres simulaban reírse para ocultar lo incómodos que estaban ante tales planteos.
- Bueno, ¿Pero por qué tanto silencio? Es que acaso murió alguien y no me enteré. Insistió el señor Tomphson.
- Ja ja, para nada John, solamente estamos un poco cansados. Dijo Jayle en ánimos de distender la tensión.
- Me imagino, tanto trabajo debe agotar. Dijo el señor Tomphson con una sonrisa burlona ante tal justificación.
La sonrisa de Jayle se había borrado de la cara instantáneamente, y solamente tuvo un acto reflejo de golpear a su esposo muy fuerte por debajo de la mesa.
- ¿Y tus cosas cómo están John? Dijo Albert repentinamente.
- Mejor que tú seguramente. Y largó otra carcajada.
Ante todo esto, Abril miraba el movimiento del té en su taza, haciendo oídos sordos ante esas burdas conversaciones.
Fue entonces cuando decidió levantar la mirada para ver que estaba pasando y vio que el señor Thompson la observaba detenida y fijamente, lo que causó que inmediatamente volviera la vista al té, el cual ahora se movía rápidamente, ya que la pierna de abril golpeaba la mesa con un suave temblequeo.
- ¿Y qué tal la niña? Interrumpe nuevamente John.
Jayle que estaba tomando un sorbo del té, hace una pequeña tos y fija la mirada en su esposa, como buscando las pablaras juntas.
- ¿A qué te referís exactamente? Preguntó Albert.
- Ya comienzan las clases, ¿cómo se prepara? Le preguntó el mientras dejaba la taza nuevamente en la mesa.
- ¡Ah! Bueno, ya está tomando clases previas para ir bien preparada como debe ser.
- ¿Cuál fue el promedio del año pasado? Honestamente lo olvidé. Le dijo el señor Thompson mientras jugaba con un terrón de azúcar.
- 9,3. Interrumpió Jayle, con mucha altanería.
- ¡Perfecto! Pero... ¿Siempre podemos mejorar? Dijo John, y miró a Abril con una sonrisa muy perturbadora.
La niña le daba pequeños sorbos al té cada tanto. Encerrada en su mundo, aunque hablaran de ella, lo omitía y seguía dormida en los bastos planos de su imaginación.
- ¿Cómo haremos cuando comiencen las clases? Interrumpió Albert.
- Bueno... Haremos visitas los días no hábiles, hasta que llegue el cumpleaños número 18... ¿Que sería en...?
- 3 meses. Nuevamente interrumpió Jayle mientras bebía su té.
- Bueno perfecto. Esperemos que todo siga bien hasta entonces. ¿No? Y cuando dijo esto rompió el terrón de azúcar con sus dedos.
Los padres de Abril se miraban y no decían nada, aunque sabían que tenían que responder no lo hacían. Fue entonces cuando John volvió a interrumpir. - Debo asumir que no hay ningún problema. ¿No?
-¡No, no! Para nada. Dijeron los padres de Abril a coro. Mientras Jayle seguía golpeando a Albert por debajo de la mesa.
Y cuando pensaron que la conversación había terminado, Jayle vuelve a cortar el silencio con otra pregunta.
- ¿Cuando conoceremos al muchacho? Dijo ella con una voz suave, casi con miedo.
- Cuando sea el momento, lo conocerán. Que seguramente no será hasta dentro de tres meses. Joaquín, está muy emocionado con el asunto y se está encargando de todos los preparativos para la ocasión. No tienen nada de qué preocuparse.
- Pero... Insiste Jayle.
- Creo haber dejado claro en muchas ocasiones como sería esto. Estamos hablando de su hija con mi hijo. Un Guylend con un Tomphson, creo que las pretensiones las debería tener yo. Y es más, no entiendo como mi generosidad alcanzó tantos puntos al rebajarnos con una familia de tal porte. En mi opinión, supongo que deberían estar más que agradecidos ante tal... "Golpe de suerte" y por lo tanto callarse y respetar lo que yo digo. Dijo John seriamente, pero nunca borrando esa sonrisa casi burlona de su cara.
Los padres de Abril solamente se callaron, mientras la niña terminaba su té.
- ¿Puedo levantarme? Rompió el silencio la niña, cosa que rara vez sucedía.
- Por favor Abril, sent...
- No, no, dejala. Nosotros tenemos temas más importantes de qué hablar.
Abril se levantó y se dirigió a la cocina en busca de Anita, dejando atrás todo ese formalismo estúpido de cada mañana.
Anita estaba limpiando el piso de la cocina, cuando Abril entró.
- Estaba muy rico el té, muchas gracias. Le dijo ella
- De nada mi niña. ¿Cómo te fue hoy? Le preguntó Anita
- Bien, aunque no escuché nada de lo que decían. Le dijo Abril
- Ja ja. ¿Qué voy a hacer con vos niña caprichosa? Le decía Anita mientras sonreía y seguía con la escoba de lado a lado limpiando el suelo y nuevamente le pregunta - Y ya terminan tus vacaciones. ¿Qué pensás hacer para despedirlas?
- ¿Qué puedo hacer? Esperar felizmente el matrimonio. Como debe ser. Le dijo ella burlándose.
- ¡Qué graciosa! Le dijo Anita mientras la golpeaba con la escoba y agregó - Deberías salir, con chicos de tu edad. Yo a tu edad...
Y de pronto Abril la interrumpe. - Si pudiera lo haría, pero mis padres no me dejan prácticamente salir de casa.
- Algún día de estos voy a pasar a visitarte y tomamos el té, si querés, obviamente. Le dijo Anita con una sonrisa mientras le acariciaba el rostro.
- Mmm... Tendría que revisar mi agenda, pero quizás encuentre un lugar para vos. Le dijo Abril, pero de lo lejos una voz interrumpió tal entretenida charla...
- Abril, ya es hora de irnos.