Carta y promesa
Ella no podía parar de toser. Tosía, dejaba caer una lágrima, después lo miraba a el, le decía que lo quería y volvía a sonreír. Tosía y el aire entraba por la ventana. La cortina color rosa floreada se movía con la melodía que no se escuchaba, mientras la silla se mecía de lado a lado mientras nadie estaba sentado en ella.
El la tomaba de la mano y la acariciaba. Sentía las texturas de sus arrugas, las cuales la acompañaron los últimos años de su vida, y aún coqueta con sus ojos verdes pintados, el se perdía en su mirada firme y consistente.
Los dos veladoras estaban encendidos, el sol ya se había escondido esperando nuevamente para volver a salir. La noche era fría y obscura, y ningún sonido interrumpía la paz que en la habitación se gozaba. El, aún con la mano de su amada, empieza a observar la habitación. El mueble de roble, cubierto con un poco de polvo que el tiempo había dejado. los cajones que nunca abrian y que no sabía que podía llegar a contener. Los perfumes que estaban prácticamente de decorado, y una ropa en la silla color café del rincón. Hasta miraba la terminación de la cama, la suavidad de la colcha, y nuevamente la miró a ella, que seguía tosiendo, pero sonriendo. A su lado una foto del año 1987, obviamente de ellos dos, y un reloj. En la otra mesa de luz, un relicario del aniversario número 23, debajo del vidrio una carta de amor del 56, y una foto de sus hijos, ya casados.
Su esposa se levantó, hacía mucho tiempo que no lo hacía, tomo la cadena dentro del relicario y se la colocó en el cuello. - ¿Cómo la primera vez, te acordás? Y volvió a toser. Se recostó, mientras su marido ahora le tomaba las dos manos. Hizo una pausa y le acarició su cabello cubierto de canas, le besó la frente, y ella sonrió otra vez.
Nuevamente ella levantó la mirada, y vió sus ojos cubiertos de lágrimas. Asintió con la cabeza en señal de que todo estaba bien, y cerró sus ojos, mientras soltaba una mano de su esposo para tocar nuevamente la cadenita de oro, perfectamente forjada, con detalles y terminaciones totalmente renacentistas.
El viento ya no soplaba, las cortinas ya no se movían. El la miró nuevamente, y ella ahora dormía. Ya no sostenía su mano, había perdido la fuerza y el calor de su cuerpo se estaba apagando.
El se levantó para apagar su velador, aún prendido y no pudo evitar leer la carta, esa del año 56. Y mientras las lágrimas bajaban por su mejilla, la miró por última vez y le dijo "Para siempre, como te había dicho". Acarició su frente, ahora fría, pero con un rostro que aún sonreía. Ella ya no estaba tosiendo, y el apagó la luz.